Caitlyn Jenner ofreció el otro día un discurso demoledor que enmudeció durante 10 minutos a todo un auditorio para dejar oír no solo su voz sino la de tantas personas que han tenido que sufrir el sentirse prisioneras en su propio cuerpo. Aparte del revuelo mediático que se ha formado por esta incomprensible decisión (para algunos) que toma una persona pasados los 60 años, lo que deberíamos realmente pensar, por lo conmovedor, es en todo ese día a día que ha vivido a lo largo de seis décadas y de la manera más aparentemente normal, sin que su mente, sus sentimientos, su identidad y su físico estuvieran en concordancia.

El de Caitlyn es un caso que me ha traído el recuerdo de un querido paciente que, tras su diagnóstico de cáncer hepático con una esperanza de vida de 2 años, decidió decírselo a su mujer y a sus hijos. Había vivido toda su vida en un cuerpo erróneo y nunca, hasta entonces, había reunido el valor suficiente para dar ese paso. En la época preconstitucional por miedo. Después, por pánico. Fue ese diagnóstico el que le empujo a decirme: “doctor, quiero vivir mis últimos días como lo que he sentido siempre que soy, una mujer.”
Los dos, claros ejemplos de lucha, de batalla por fin ganada después de años de silencio. Y también ejemplo, desde el otro lado, de que aún somos una sociedad que tiene mucho que evolucionar humanamente para no permitir que haya gente que no sienta la libertad de reclamar su verdadera identidad. Y eso es algo que nos debería llevar “al rincón de pensar.”
Para Caitlyn, su pasado como atleta con grandes logros y reconocimientos, producto de la disciplina, de los duros entrenamientos y del espíritu de  sacrificio que acompaña a los deportistas de élite, la han hecho seguramente lo suficientemente fuerte como para sentirse ahora capaz de soportar comentarios, burlas o motes tal y como ella misma expresó en su discurso. Pero pidió comprensión y apoyo para los pequeños y jóvenes adolescentes que se cuestionan su identidad sexual. Algo que aparece a los dos o tres años de vida.
No siempre hay mala intención. A veces es solo desconocimiento e ignorancia. Pero eso no nos puede excusar viviendo en una sociedad en continua evolución y donde todos tenemos acceso a la información.
Lo que para  la OMS es un trastorno, y para algunos colectivos es una opción de vida no es más que la lucha de hombres y mujeres que nacieron en un cuerpo que no les correspondía.  Deberíamos no poner etiquetas. Ni tan siquiera la de transexuales para el resto de sus vidas. Y tan solo reconocerles como esos hombres y mujeres que realmente son, porque así se sienten desde que tienen uso de razón.
Como médico, al detectar que alguien que llega a mi consulta está sufriendo por algo que le atormenta y una acción mía puede liberarle, normalizar su vida y hacerle sentir feliz, es lo que verdaderamente me importa. Lo que está claro, es que no se puede frivolizar la transexualidad y considerarla una moda. Parece que estamos en el mundo de la transexualidad. Esa cosa tan denostada en los últimos años. Pero el fenómeno de la transexualidad está reflejado en todas las culturas y a lo largo de los tiempos. A veces ha sido idolatrada y otras la causa de marginación y rechazo para quien la sufría.
Al comprobar en 2009 la repercusión e interés mediático que tuvo la primera intervención que llevé a cabo a un menor, me di cuenta de que aún queda mucho por hacer. Por aprender. Aunque lentos y a veces batallando, vamos mejorando paso a paso como sociedad. Igual que en medicina.
¿Cuál es el futuro de estas intervenciones? El Futuro está en mejorar la transformación de mujer a hombre. Estamos trabajando el primer trasplante de pene, los estudios preliminares están hechos para PODER OFRECER a los transexuales masculinos  otro futuro.
Y para acabar, sin ningún género de duda, deberíamos tener claro, al menos, estas conclusiones:

  • Los transexuales deben ser ayudados.
  • Dado que tenemos un sistema de salud universal debe incluir su tratamiento como otros procesos patológicos (y ya razoné el por qué en otro post de hace algún tiempo).
  • El tratamiento de estos pacientes precisa de valentía política, legislativa y científica.