Intento cerrar los ojos pero no puedo. No es que me incomode demasiado dormir en los aviones, viajo a menudo, así que estoy acostumbrado. Lo que no me deja echar un sueño es otra cosa muy distinta: la ilusión.
Hacía muchos meses que no iba a Guinea Bissau. Para mí, demasiados. Cuestiones familiares, laborales, personales… ¡El día a día! que a todos nos acaba consumiendo el poco tiempo libre que tenemos. Así que la ilusión de volver a pisar esta tierra, de volver a abrazar a esta gente, de sentarme a compartir un ratito con esta familia… me hacen emocionar y no me dejan dormir. Repaso una y otra vez los casos que ya tenemos programados, sé que serán una cuarta o una quinta parte de los que después atenderemos, pero así mantengo la cabeza ocupada.

Miro a mis compañeros, Joana, Enrique, Rogelio y Jorge. Veo en ellos la misma ilusión. Es su primera vez y sé que va a ser muy especial. Esta tierra te engancha y su gente se te queda clavada en el corazón para siempre. Cuando les pregunté si querían operar también en domingo o preferían conocer el país, ninguno de ellos lo dudó un momento: los pacientes son más importante y a cuantos más atendamos mejor. Son un gran equipo y no hablo sólo desde un punto de vista profesional.

Son las cinco de la mañana cuando aterrizamos en el aeropuerto Internacional Osvaldo Vieira. Desde el cielo he visto algunas luces que antes no estaban, la electricidad, como una tortuguita perezosa, va llegando poquito a poco a la capital. Sin embargo, aún queda lejos de las aldeas y las zonas rurales.
Desde el control de pasaportes veo un rostro afable muy conocido para mí, su sonrisa acogedora la delata. Es Isabel, la directora de Casa Emanuel. Nos fundimos en un fuerte abrazo. Me sabe mal que se haya tenido que levantar tan temprano para venirnos a buscar, pero su bienvenida es tan reconfortante… La emoción del momento ha barrido el sueño de una noche en blanco. Ella tiene la misma energía que el primer día que la conocí: cuando lleguemos a Casa Emanuel no se irá a dormir, me dice que mirará de recoger un poco de cajú (anacardo) antes de empezar a trabajar en el hospital.
Fuera del aeropuerto, con las maletas cargadas de material en la furgoneta, la noche insiste en quedarse. La luna brilla en un cielo espectacular. Un cielo que desde nuestras ciudades solo puedes imaginar. Aquí el alba es corta. Es como si alguien, simplemente, abriese la persiana y el sol, descarado, entrase por doquier. Llegaremos a la zona de voluntarios antes de que eso pase y por eso necesitaremos las linternas.
Vamos a dormir un par o tres de horas y nos ponemos a trabajar.