Muchos argumentan que el culto a la belleza es algo propio y exclusivo de nuestra época, algunos aseguran que lo promueven los medios de comunicación y otros que hace tiempo que existe como consecuencia de la sociedad machista en la que llevamos miles de años viviendo. Pero en realidad, el concepto de belleza que tenemos ¿es algo cultural o biológico?Es innegable que la cultura en la que cada sociedad vive influye en los cánones de belleza, pero no se puede discutir que su origen es algo biológico y que existen unos rasgos “básicos” que agradan en todas las culturas y a lo largo del tiempo. Por ejemplo, los hombres buscan unos rasgos concretos en las mujeres, unas características que le indiquen que tiene un nivel bajo de testosterona y que está en edad fértil: mandíbula inferior estrecha, ojos grandes, nariz pequeña, labios gruesos, pómulos marcados y una proporción de cintura con cadera de 0,7. Las mujeres buscan en sus parejas un buen sistema inmunológico, es decir, unos buenos genes para sus hijos y eso se nota en la altura, la piel, la constitución… En ambos casos, tanto ellos como ellas buscan, sobre todo, simetría en los rasgos. Para las mujeres, una buena simetría del varón indica una buena calidad genética, una buena salud. Para los varones, la simetría femenina es símbolo de belleza y fertilidad, hasta el punto que el rostro de la mujer cambia durante su ciclo menstrual llegando al máximo de simetría durante sus días más fértiles. En un estudio realizado en clubs de streap-tess de los Estados Unidos, se demostró que las bailarinas conseguían muchas más propinas cuando estaban en sus días fértiles que cuando tenían la menstruación.
Y es que nos sentimos atraídos por personas con una mayor simetría facial porque al parecer, cuanto más simetría mejor sistema inmunológico. Por lo que en conclusión podríamos decir que el gusto por la belleza es un plan biológico. De hecho, la búsqueda de la belleza no es exclusiva de los seres humanos ni tampoco lo es las proporciones que buscamos en un rostro bonito. Lo que llamamos el número phi (fi) o la proporción áurea no es más que una regla geométrica que llevamos siglos intentando alcanzar como ideal de belleza en las obras que realizan los hombres, quizás sin darnos demasiada cuenta que dichas proporciones ya existen en la naturaleza, tanto en los seres humanos como en los animales, insectos o incluso en las divisiones celulares.
Por lo tanto, creo que que la pasión por la belleza no es un capricho cultural, sino un instinto propio de nuestra naturaleza básica.