Ayer acabamos de operar más allá de la una de la madrugada y el reloj marcaba más de las dos cuando me metía en la cama. Así que lo reconozco: esta mañana, sin pacientes programados a primera hora, hemos hecho un poco el remolón.

Hemos visitado a nuestros enfermos, también al niño quemado y a la princesa Emiliana (que sí! Que hoy lo he conseguido. Me ha sonreído. Tímidamente y por debajo de la nariz ¡pero ahí estaba su sonrisa!) Evolucionan bien, aunque al chaval aún le quedan días de curas, reposo y recuperación. Se quedará ingresado más tiempo en el Centro Médico Emanuel.

De buena mañana nos espera Alejandro, uno de los misioneros de Casa Emanuel y que, junto a toda su familia (su esposa Paola y sus tres niñas), se han hecho cargo de Casa Emanuel Biombo, donde viven 30 niños con dificultades de aprendizaje, la mayoría.

Hoy, las visitas médicas van a ser diferentes. No vamos a operar. Vamos a llevar a cabo otro tipo de medicina. Nos montamos en un camión medicalizado y empezamos la ruta. Alejandro nos lleva a unas tabankas, unas aldeas rurales donde vamos a pasar visita. Antes de que lleguemos, ya saben que estamos en camino y ya se ha empezado a formar una fila ordenada de pacientes para que visitemos.

Iba a decir que la carretera no estaba en demasiado buen estado, pero ¡¿qué carretera?! Hay caminos forestales en nuestras montañas más llanos y bien cuidados que estos. A los diez minutos de trayecto sé que necesito un osteópata o un fisioterapeuta ya. La expresión de mis compañeros dice que también se apuntan.

El camión nos permite tener tres consultas, pero vemos que van a ser insuficientes, así que improvisamos una cuarta, la mía, fuera del camión. ¡Esto sí que es una consulta a pie de calle y con buenas vistas!

Comparándolo con nuestro día a día en nuestras consultas, lo encontramos curioso: los pacientes no tienen prisa, esperan pacientemente, no se quejan, respetan su turno, te hablan tranquilamente con mucho respeto y escuchan atentamente, para luego sonreírte y darte las gracias de mil maneras diferentes. A pesar de atender a muchísima gente en poco tiempo, todo pasa a un ritmo más pausado, más natural que te permite ver a esas personas como lo que son: pacientes.

En pocas horas hemos visto a tantos pacientes que ni siquiera he podido contarlos (más de 60?). Sé que son muchos porque a nadie del equipo nos queda nada de la medicación que trajimos, y no era poca. La mayoría de nuestros pacientes de hoy no saben ni leer ni escribir, así que hemos aprendido nuevas técnicas para hacerles entender cómo debían tomar la medicación: ¡benditos dibujitos!

Muy cerca de aquí, en Bisselanca es donde estamos construyendo un centro para niños con discapacidad intelectual y/o múltiple que necesitan de apoyo constante. Será el primer centro de este tipo en todo el país, ya que aquí la tradición ve a estos niños como demonios y las familias, o bien los esconden, o bien los abandonan, o bien, simplemente, desaparecen. He de confesar que, hasta hoy, sólo había visto este proyecto en papel, pues ha crecido muy rápidamente. Hace tan sólo unos días Ruth y Joan, ya comprobaron los datos más técnicos, los cumplimientos de los plazos, de los detalles de construcción, de gestión… Yo simplemente quiero deleitarme viendo como algo que un día se sueña, se convierte en una realidad. Es algo que cada vez que pasa, me emociona. No está a acabado, pero nos propusimos hacerlo en 5 años y, si seguimos así, lo vamos a conseguir.

Justo anexo a este proyecto está un pequeño puesto de salud que esperamos que muy pronto funcione con regularidad. En verano se hizo una prueba piloto para ver si la población realmente deseaba y usaría un proyecto así, y el resultado nos desbordó, más de doscientos pacientes en menos de un mes. Luego conseguimos una beca GAES para hacerlo posible. Pensé que ya habría tomado forma, pero no pensaba que tanta. ¡No sabéis lo mucho que esto me llena!