Hace tan solo un siglo, la esperanza de vida de cualquier español superaba ligeramente los 40 años. Muchos de los niños que nacen hoy en nuestro país es muy probable que vivan más de 100 años. Si a ello sumamos que en una década, en los países desarrollados como el nuestro, la población mayor de 65 años aumentará un 71%, esto puede significar dos cosas: o que nuestra vejez será muy larga o que lo que alarguemos sea nuestra madurez. Si se alarga la vejez, nuestro sistema sanitario y económico tiene un grave problema, pero ¿y si lo que alargamos es la madurez?Más…

En este último siglo la medicina ha evolucionado más rápidamente que en cualquier otra etapa de la historia de la humanidad. Y no sólo me refiero a fármacos, medicamentos, técnicas quirúrgicas o tratamientos. Sino también en concepto. Hemos superado la idea exclusiva de medicina “curativa” (aquella que intenta atacar los efectos de la enfermedad o la enfermedad misma) para llegar a la medicina preventiva (a través de los hábitos saludable, de los estudios genéticos, etc.), y ahora empezamos a dar los primeros pasos en la medicina regenerativa: aquella que ayuda a nuestro organismo a mantenerse joven y saludable.

Desde que nacemos hasta los 40 años, el cuerpo humano se regenera constantemente. Pero a partir de esa edad, nuestro organismo sólo tiene capacidad para iniciar procesos de cicatrización, pues le resulta imposible continuar regenerándose. Y justamente, son el cúmulo de “cicatrices” internas lo que no lleva al envejecimiento, primero, y, después, a la muerte.  Sin embargo, sabemos que la capacidad de regeneración no se ha perdido completamente, sigue existiendo, pero no funciona. Por eso la medicina evoluciona para conseguir que dicha capacidad se mantenga activa el mayor tiempo posible.

Y es que, muchos de los tratamientos a problemas de salud actuales se esconden en nosotros mismos. En enfermedades como el cáncer de piel, el de cuello uterino, el Sida, etc., se está consiguiendo avanzar en su curación gracias, no a nuevos medicamentos o antitumorales, sino a la estimulación de nuestra inmunidad que nos “autosana”. Esto que hace unos años parecía cosa de curanderos, hoy forma parte de la medicina más avanzada que busca la curación no en los abismos oceánicos o en las selvas tropicales, sino en nosotros mismos. Por ejemplo, estamos consiguiendo extraer de nuestra propia sangre los agentes antiinflamatorios más potentes que podremos utilizar en enfermedades inflamatorias de difícil curación.

Así, obligando a nuestro cuerpo a autoregenerarse, podemos augurar una madurez larga y activa que llegue incluso más allá de los 65 años. Porque seamos realistas, la mayoría de personas que superan los 50 años deciden vivir de forma activa porque siguen sintiéndonos jóvenes, albergan planes de futuro y desean llevarlos a cabo. Y para ello necesitan que su organismo acompañe la vitalidad de su mente y no a la inversa. Y con ello no sólo me refiero a una cuestión estética (que también), es decir, personas que quieren reconocer en el espejo la juventud que sienten por dentro (esto ya es cosa de mi especialidad como cirujano plástico), sino también interna: conseguir que nuestro organismo sea capaz de regenerarse, de rejuvenecerse desde el interior al exterior, con técnicas mínimamente invasivas. Es lo que yo llamo la “longevidad activa”. Creo que, sin duda, ésta será la medicina del futuro: “longevidad” porque nos ayudará a vivir más y mejor, y “activa” porque requerirá que seamos nosotros los que llevemos a cabo acciones concretas que estimulen, despierten y provoquen la puesta en marcha de sistemas regenerativos durmientes.

Sin duda, el nuevo paso para la medicina es conseguir que la longevidad no signifique vejez, sino vivir más años de forma sana, activa, dinámica.

Hace tan solo un siglo, la esperanza de vida de cualquier español superaba ligeramente los 40 años. Muchos de los niños que nacen hoy en nuestro país es muy probable que vivan más de 100 años. Si a ello sumamos que en una década, en los países desarrollados como el nuestro, la población mayor de 65 años aumentará un 71%, esto puede significar dos cosas: o que nuestra vejez será muy larga o que lo que alarguemos sea nuestra madurez. Si se alarga la vejez, nuestro sistema sanitario y económico tiene un grave problema, pero ¿y si lo que alargamos es la madurez?

En este último siglo la medicina ha evolucionado más rápidamente que en cualquier otra etapa de la historia de la humanidad. Y no sólo me refiero a fármacos, medicamentos, técnicas quirúrgicas o tratamientos. Sino también en concepto. Hemos superado la idea exclusiva de medicina “curativa” (aquella que intenta atacar los efectos de la enfermedad o la enfermedad misma) para llegar a la medicina preventiva (a través de los hábitos saludable, de los estudios genéticos, etc.), y ahora empezamos a dar los primeros pasos en la medicina regenerativa: aquella que ayuda a nuestro organismo a mantenerse joven y saludable.

Desde que nacemos hasta los 40 años, el cuerpo humano se regenera constantemente. Pero a partir de esa edad, nuestro organismo sólo tiene capacidad para iniciar procesos de cicatrización, pues le resulta imposible continuar regenerándose. Y justamente, son el cúmulo de “cicatrices” internas lo que no lleva al envejecimiento, primero, y, después, a la muerte.  Sin embargo, sabemos que la capacidad de regeneración no se ha perdido completamente, sigue existiendo, pero no funciona. Por eso la medicina evoluciona para conseguir que dicha capacidad se mantenga activa el mayor tiempo posible.

Y es que, muchos de los tratamientos a problemas de salud actuales se esconden en nosotros mismos. En enfermedades como el cáncer de piel, el de cuello uterino, el Sida, etc., se está consiguiendo avanzar en su curación gracias, no a nuevos medicamentos o antitumorales, sino a la estimulación de nuestra inmunidad que nos “autosana”. Esto que hace unos años parecía cosa de curanderos, hoy forma parte de la medicina más avanzada que busca la curación no en los abismos oceánicos o en las selvas tropicales, sino en nosotros mismos. Por ejemplo, estamos consiguiendo extraer de nuestra propia sangre los agentes antiinflamatorios más potentes que podremos utilizar en enfermedades inflamatorias de difícil curación.

Así, obligando a nuestro cuerpo a autoregenerarse, podemos augurar una madurez larga y activa que llegue incluso más allá de los 65 años. Porque seamos realistas, la mayoría de personas que superan los 50 años deciden vivir de forma activa porque siguen sintiéndonos jóvenes, albergan planes de futuro y desean llevarlos a cabo. Y para ello necesitan que su organismo acompañe la vitalidad de su mente y no a la inversa. Y con ello no sólo me refiero a una cuestión estética (que también), es decir, personas que quieren reconocer en el espejo la juventud que sienten por dentro (esto ya es cosa de mi especialidad como cirujano plástico), sino también interna: conseguir que nuestro organismo sea capaz de regenerarse, de rejuvenecerse desde el interior al exterior, con técnicas mínimamente invasivas. Es lo que yo llamo la “longevidad activa”. Creo que, sin duda, ésta será la medicina del futuro: “longevidad” porque nos ayudará a vivir más y mejor, y “activa” porque requerirá que seamos nosotros los que llevemos a cabo acciones concretas que estimulen, despierten y provoquen la puesta en marcha de sistemas regenerativos durmientes.

Sin duda, el nuevo paso para la medicina es conseguir que la longevidad no signifique vejez, sino vivir más años de forma sana, activa, dinámica.

Una vez más, he deseado compartir con todos vosotros mi último artículo en Diario Médico.