Mucha gente pregunta que hago en África, y poco a poco os lo iré desvelando. No siempre estuve en África, aunque reconozco que estoy enamorado de ese continente, de su inmenso sol rojizo, de la sonrisa de esas gentes tan hospitalaria, de sus colores vibrantes, de su esperanza.

Desde muy joven colaboré durante años con la FUNAI (Fundación Nacional del Indio) en Brasil. Tanto en la zona de Roraima como en el Amazonas, en la partes altas de río Preto. Allí ayudábamos a las colonias de Yanomamis, castigadas por lo grampiñeiros o buscadores de oro que hicieron verdaderos desastres naturales y humanos.

La experiencia Amazónica, fue más peligrosa y arriesgada. Supongo que era un poco de desconocimiento real de los peligros, la insensatez de la juventud y el ímpetu de creer que puedes cambiar el mundo. Luego vi que no. Pero fueron años inolvidables, que se tatuaron en mi memoria como recuerdos imposibles de borrar y que me ayudaron a ser más práctico en el mundo de la cooperación.

Llegué a Africa en junio del 2002 en una caravana solidaria desde Barcelona. Objetivo, llevar material sanitario al hospital Simao Mendes, único en le país por aquella época y sin recursos ninguno. Pacientes abandonados. Heridas que alimentaban las larvas de mosca. Niños mudos del sufrimiento. Un país que acababa de salir de la guerra civil, sembrado de minas antipersona de las que no matan, sino mutilan aquél que las pisa.

¿Sabéis porque se prefieren las minas que mutilan a las que matan? Pues porque un muerto en el frente enemigo es una baja y en muchas ocasiones el traslado de 20 gramos de peso de sus placas identificativas. Un soldado mutilado y herido son 5 bajas, el herido y los cuatro compañeros que tiene que evacuarlo… los 20 gramos son ahora 80 kilos.

A veces también me avergüenzo del comportamiento humano.

Pero en ese hospital pasará algo que cambiará  por completo mi vida………