Artículo publicado por el Dr. Mañero en la plataforma online The Luxonomist
Desde niños nos intentan inculcar qué es bello y qué no. Pero, ¿existe un culpable claro de esta ‘cultura de la belleza?Con la belleza se nace. No requiere de esfuerzo alguno. Viene de serie. Además, desde nuestra más tierna infancia ya es motivo de linsonjerías y alabanzas: “Qué preciosidad”, “qué criatura más bonita”, son algunas de las zalamerías que algunos escucharán desde su más tierna infancia hasta la madurez.

A lo largo de nuestra vida no cesamos de escuchar que lo bueno se consigue con esfuerzo. No importa si preguntas a tus padres, a tus profesores, a tu jefe o al párroco de tu iglesia, todos coinciden en que el esfuerzo es la base del éxito. Pero justamente con la belleza esto no pasa. Ser bello o bella es una especie de lotería que te toca sin tan siquiera la necesidad de comprar un boleto. Pero, ¿es eso cierto?
Por si fuera poca toda esta suerte, según todos los indicios, nuestro aspecto físico nos coarta, nos  marca un cierto destino, nos incluye o excluye de grupos de amigos, nos condiciona la pareja que tendremos, incluso, nos tortura si no creemos que es el adecuado. Hasta el punto de que un estudio de 2011 de la revista Economics and Human Biology concluyó que las personas con rostros más asimétricos solían haber vivido infancias más difíciles y con más carencias que aquellos con características más simétricas y agraciadas.
Ante esta situación podemos pensar que alguien debe tener la culpa de que algo tan ‘supérfluo’ como que la belleza externa nos domine de esta manera. Así que busquemos al culpable de ese delito, al culpable del crimen de la belleza.
Primer sospechoso: los hombres
No el ‘Hombre’ (en mayúsculas) como una manera de referirnos a la humanidad, sino al varón que ha creado unos cánones de belleza concretos para someter a las mujeres, menospreciando así sus muchos y variados valores.
Una parte del movimiento feminista (lo que se llegó a llamar la tercera ola) liderado por la escritora y consultora política estadounidense Naomi Wolf, así lo cree y lo dejó patente en su best seller The Beauty Myth: “En la medida que las mujeres consiguieron liberarse de la obsesión por los niños, la cocina, la iglesia y la feminidad, el mito de la belleza adoptó la función de instrumento social de dominación”. De hecho, Wolf argumenta que el concepto de “belleza” no es más que una herramienta de los hombres para continuar con su poder patriarcal.
Es cierto que cuando un hombre busca a una mujer como pareja, lo hace dentro de unos rasgos concretos, unas características que le indiquen que tiene un nivel bajo de testosterona y que está en edad fértil: mandíbula inferior estrecha, ojos grandes, nariz pequeña, labios gruesos, pómulos marcados y una proporción de cintura con cadera de 0,7.
Pero si analizamos, por ejemplo, cuál es el peso y la figura femenina que tienen los varones en mente cuando sueñan con la mujer ideal, todos los estudios concluyen lo mismo: los hombres las prefieren con 1,5 puntos de masa corporal (unos 4 kilos) por encima de lo que las mujeres opinan que es su peso ideal. Es decir, ellas se prefieren más delgadas de lo que ellos las desean.
A pesar de esto, podríamos sospechar que la belleza ha sido un instrumento del hombre para someter a la mujer, pero si analizamos las pruebas y estudios que llevan décadas realizándose, nos damos cuenta por ejemplo, de que los bebés de apenas unos meses se sienten más atraídos por los rostros bellos y simétricos que por los que no lo son, por lo que se deduce que ya tienen incorporado algún criterio de belleza antes de que nadie les influya culturalmente.
Con todo esto, podemos concluir que los hombres contribuyen a crear un ideal de belleza femenina, pero no son los culpables del anhelo de “belleza” física. Así pues, debemos buscar a otro culpable, porque ¡alguien o algo debe tener la culpa! (Continuará…)